jueves, 1 de julio de 2010

Eugenio Condori Jurado

LA ROSA DEL POETA SALVAJE
Yo soy el poeta salvaje...
Mi ballesta es una rosa
que no se desvanece
con el fragor del poema,
ni juega atrapando
versos metafísicos
en los vestíbulos
de arañas confinadas.
En la era de las flores
fue perseguido por insectos
inmortales; encarcelado
en un sarcófago;
desterrado al país
de cráneos podridos
y sentenciado a muerte
por la República Federal
de los simios.
-Mi rosa es salvaje
como los ríos y los pájaros
que destruye
el trillado aroma
del poeta - serpiente -
Ahora estoy libre,
conjugando las melodías
de mis rosas; afinando las sonatas
de mis senderos inconclusos
y nadie dice nada
por haber destruido
el seso del mundo.
Extraído del libro de poemas: "La rosa del poeta salvaje" de Eugenio Condori Jurado. Imprenta Global Print. Huancavelica, 2009.

viernes, 25 de junio de 2010

Alfredo Gutarra Luján

EL PAN

“Mientras alguien mire el pan con envidia ,el trigo no podrá dormir”.
Manuel Scorza.

Hubo un tiempo en que se acabaron todos los panes del mundo . Y los hombres habían olvidado cómo hacerlo. Los más viejos se ponían nostálgicos y tejían historias fabulosas de este precioso alimento que había nutrido a muchas generaciones. Los más sabios trataban por todos los medios de encontrar una fórmula para fabricar pan.

Un día cualquiera, caminaba entre los desperdicios de un basural un hombre harapiento llamado Mendigo. Buscaba algo con qué aplacar su apetito. De repente halló algo extraño. Luego de auscultarlo, se dio con la sorpresa de haber encontrado un pan. ¡Un pan!¡Se imaginan lo que es encontrar un delicioso nutritivo y escurridizo pan! Ávidamente se lo llevó a la boca, pero, en ese preciso instante, una voz lo detuvo:

-¡Detente!-era uno de esos hombres sabios llamado científico-.No vayas a comértelo, Buen hombre –le dijo-.Ese pan es un gran hallazgo y nos permitirá conocer todos sus ingredientes para hacer pan para todos.Mendigo movió la cabeza y le contestó:
-Me lo voy a comer porque me pertenece.
-¡No lo hagas!- intervino otra voz altisonante. Era uno de esos hombres llamado Joyero, bien vestidos, barbilargo y vanidoso.-Dámelo a mí porque es una joya-dijo-Podremos reproducirlo, exhibirlo y venderlo a buen precio.
Mendigo se confundió y el pan tambaleó entre sus manos. De pronto se escuchó un gran alboroto, era una multitud de hombres pobres como él que lo rodearon y le extendieron la mano. Mendigo vio a los pobres hombres a su lado con las miradas brillantes y al instante empezó a seccionar el pan en diminutos pedacitos y les fue alcanzando a cada mano hambrienta, mientras Científico y Joyero se miraban entre sí.

Extraído del libro de cuentos: "El pan y otras miserias humanas"de Alfredo Gutarra Luján. Siete Vientos Editores. Piura 2009.



EL PAN Y OTRAS MISERIAS HUMANAS

Alfredo Gutarra Luján nació en Pampas, Tayacaja, en 1978. Estudió secundaria en los colegios “Daniel Hernández” de su tierra natal y en el “Ricardo Bentín” del Rímac, en Lima. Los estudios superiores de Historia y Ciencias Sociales los realizó en la Universidad Nacional de Huancavelica.
Publicó sus primeros relatos en la revista Miscelánea Educativa (1997) vocero de su universidad de origen. Fue antologado en Literatura huancavelicana siglo XX (2000). Dirigió la revista cultural Generación XXI (2001– 2003). Quedó finalista en el concurso “Las 644 Palabras” organizado por el Suplemento Cultural “Solo 4” del diario Correo de Huancayo con el cuento El pan (2005).
Ha publicado artículos sobre antropología andina en diversos medios. Mantiene inéditos sus libros Trebulcha: La desfiguración de un danzante de tijeras, La danza de tijeras en Huancavelica y El paraíso de las orquídeas.
Aquí un breve cometario del escritor Rafaél Gutarra, hermano mayor, desde la ciudad de Piura, al comentar su libro El Pan y otras miserias humanas.
Alfredo Gutarra Luján es mi hermano. Lo conozco desde la edad que tiene. Y lo desconocí cuando me hizo leer sus primeros escritos.
No faltaba más. Alfredo sabe a lo que se mete. Me siento un poco culpable por sus lecturas, pero no por sus perpetraciones. Y es que la escritura es un acto de fe, de voluntad, de expiación. No es fácil escribir.
Más aún, no es fácil escribir bien. Y Alfredo escribe bien. Me negué a comentar sobre sus relatos mientras no me convenciera. Pero ahora deseo estar a su altura: quiero ser preciso y breve.
El pan y otras miserias humanas es un conjunto de cuentos insólitos, modernos y desfachatados. No espere el lector una lección edificante o una historia con beneplácitos. No.
Lo suyo es la experimentación, la negación de las formas y las tradiciones, la asimilación de Valdelomar, Unamuno y Ribeyro. Extraña combinación para un autor que ha decidido vivir en Pampas.
Su lenguaje se blande como ese cuchillo filudo que acaba con la vida de Matías en “Mi pequeño enemigo” y su personajes, desde el niño del cuento mencionado pasando por la muchacha y los muchachos de ¡Desfloración en el teatro”, “El retorno” y “El fotógrafo”, hasta los transmigrados de “El pan y recuento, son seres fracasados, irredentos, sin destino feliz para sus vidas.
Reconozco al pilluelo de antaño, al buen lector, al rebelde, al perpetrador. Es la escritura del escritor Alfredo Gutarra Luján. Le deseo mucha suerte. Que los apus y las musas lo acompañen y le sonrían siempre.

Apreciación crítica de Rafael Gutarra Luján. Piura, 20 de agosto del 2009. Imagen: Carátula del libro, cuadro “Chaska” del pintor César Yauri.

miércoles, 23 de junio de 2010

Adolfo Ruiz Zanabria

DOS PANES

Concentrado como estaba, Mariano no advirtió que su patrón le llamaba por enésima vez ordenándole comprar pan. ¿Pan?. Tan solo escuchar el nombre de ese bendito alimento, le recordó que esa mañana no había desayunado y el hambre, fiel compañero de su dificultosa vida, desde la noche anterior se había cobijado en su pequeño estómago y pedía a gritos ser desalojado de allí.
¡ Cómprame cinco panes…!
La voz de Pedro, un grasiento y alcoholizado viejo que fungía de patrón y criador del pequeño Mariano, gruñó en la lóbrega habitación.
Dejando de limpiar el gallinero y sin lavarse siquiera la mano, Mariano recibió la fría moneda que su patrón casi le aventaba y apresuró sus descalzos pasos calle abajo, hacia la esquina donde quedaba la panadería del "chino" Tomás.A medida que avanzaba, una luz de esperanza empezaba a brillar en los tiernos ojos de Marianito. Por fin, se decía, por fin tendría algo que comer, pues no en vano Pedro, en una actitud inusual en él, le había mandado a comprar panes. Y apelando a su infantil lógica, empezó a esbozar cuentas: cincuenta céntimos alcanzaba para cinco panes, dos probablemente serían para él y Pedro se quedaría con tres. Después solo era cuestión de hacer hervir agua y meterle algo de café. Y aunque ya casi era mediodía, y el hambre angustiaba su doblegado estómago, de nada importaba la hora con tal de dar fin a su obligado ayuno.
Dedujo que en el fondo el viejo era bueno si se le quitaba todo lo malo que había en él. Trajo a su memoria las palizas que éste le propinaba, pero se consoló pensando que lo hacía solo cuando estaba de mal humor, aunque para su mala suerte casi siempre estaba malgeniado. Pero eso ya nada importaba. Después de todo, lo hacia –conforme Pedro se lo repetía luego de cada zurra- para que “mañana mas tarde seas un hombre hecho y derecho y no un borracho como yo…”. Iba a comprar cinco panes y estaba seguro que el viejo iba a ser obsequioso con él dándole dos panes. Y por dos panes estaba dispuesto no solo a perdonar sus agravios, sino a ser un hombre hecho y derecho.
No había nada que hacer: Pedro era bueno y había que estarle agradecido. Era finalmente como un padre para él. Nadie se hubiera ocupado de él a la muerte de su madre, ni siquiera su propio padre a quién no conocía. A veces se le antojaba pensar que en vida su madre se acostaba con Pedro, por eso el viejo solía recordarla con un suspirante "vieja puta" cada vez que se emborrachaba y acabó prometiéndose asimismo, que por merecer esos dos panes, haría un esfuerzo para querer y respetar al viejo.
Ya en la panadería, el hambre se le agudizó más aún a Mariano cuando se vio rodeado de cientos, millares de panes que dorados y crocantes se exhibían en los vidriados mostradores, amén de su exquisito aroma que penetraba hasta su espinazo. Tuvo que empinarse sobre sus pies para poner la plateada y minúscula moneda en la mano del “chino” Tomás a la vez que con la otra mano recibía una bolsa de papel con los deseados panes.
De retorno, abrió la bolsa para verificar los panes: uno, dos, tres…cinco…¡Cinco panes!. Y se deleitó viéndolos tan dorados, tan crocantes que por un momento se le antojó agarrar uno y comérselo, pues el hambre arreciaba mas aún cuando la ansiada hogaza estaba entre sus manos. Recordó, sin embargo, a Pedro y lo furioso que se pondría si no le llevaba la totalidad de panes y se regocijó pensando que una vez cumplida su comisión, su patrón le daría un par de ellos y con un poco de suerte hasta tres.
Raudo llegó a casa y con la inusual alegría dibujada en aquel su rostro infantil le alcanzó la bolsa de panes a Pedro. El seboso vejete se aseguró la conformidad de la compra y emitiendo un tosco gruñido llamó a "tarzán" repetidamente. Entonces un enorme perro negro, chusco y pulguiento se desperezó en un rincón del cuartucho y moviendo la cola se acercó a su amo. Pedro empezó a partir los panes y tirarlos ávidamente uno a uno hacia el perro procurando que el animal agarre los trozos en el aire. Mariano, desde la puerta, observaba sin creerlo.
Limpias lágrimas resbalaron por las mejillas de Marianito. Y por primera vez en sus corta existencia el pobre muchacho lloró con todo el sentimiento que su inocente corazón se lo permitía. Lloró con ganas como para desfogar de una sola vez todos los años de sufrimiento vividos al lado de su alcoholizado patrón. Lloró en silencio como para demostrarle al mísero vejete que a despecho de su corta edad podía ser tan hombre como para soportar los vejámenes más humillantes. Lloró tanto como pudo. Acaso porque a sus escasos ocho años, supo por primera vez que la verdadera vida de perro la llevaba él…

Alder Yauricasa Verástegui

TRAVESURAS

En la mañana del lunes, Pitín cogió su mochila y se encaminó a su escuela. Al llegar a la formación, la Directora del plantel invitó a todos los alumnos a participar en la exposición de inventos que se realizaría el miércoles.
Linch, su amigo de carpeta, le contó que tenía un descubrimiento asombroso, que su sueño se lo había revelado el sábado por la noche. Y de hecho sería uno de los mejores trabajos que podrían realizar. Planearon hormigosamente ambos cómo comprobarlo y exponerlo. Pero cayeron aletargados en el problema de quién sería la modelo que se sometería a hacerlo.
"Pitín es un sabio" se decía Linch, "él sabrá cómo comprobar mi gran descubrimiento. Es muy bueno y apareceré en los diarios y en la T.V. Tendré muchas entrevistas junto a Pitín y lo que es mejor, tendremos dinero para comprarnos chocolates de a montón y jugaré pin bol todas las tardes después de la escuela. Así como papá y mamá estarán orgullosos de mí"
En efecto, Pitín, a la hora del recreo había cavilado, con la astucia que lo caracterizaba, todo; y estaba sumamente interesado en el proyecto de Linch.
Luego, juntos observaron a todas las niñas con los ojos de un jurado calificador de casting, o de directores de películas y nadie reunía las condiciones necesarias y de pronto vieron a la profesora de inglés. Un prototipo escultural que mostraba unos muslos discretamente cubiertos por una minifalda roja de corte clásico, y blusa negra de corte inglés escotado, y si se trata de comparar era la misma modelo del programa de las seis y treinta de la T.V., Katy C.
Pitín dijo: "Ella es la indicada" se miraron y Linch: "Sí. Ella reúne todas las cualidades que requiere nuestro experimento. Pero... ¿Cómo la convenceremos para que participe en nuestra causa?" Pitín, "le invitaremos a cenar a tu casa." Linch, "no..., a mi casa no. Porque mis papás están en la sala toda la noche viendo la T.V., los noticieros y la novelas..." Pitín, "¡Hmm! en mi casa tampoco se puede..."
Entre el desconcierto aletargado, a Pitín se le prendió el foquito, como la luz de sus triunfos. "Mira Linch, qué tal si en la hora de presentar el descubrimiento, solicitamos una voluntaria y como a la profesora de inglés le gusta participar en esas cosas no habrá problema, pues en el acto de magia que hicimos en el día del maestro, ella se ofreció a participar, ¿lo recuerdas...?" Linch, "Sí. Es cierto. Y la verdad es que eres un genio” Pitín “entonces recolectemos los materiales."
Emocionados, fueron a sus casas y Pitín cogió una sábana, un cordel y dos naranjas. Por su parte, Linch sacó un colchón de media plaza de espuma y cables de electricidad con dos bombillas. Luego un colgador de forma anatómica con características de mangos, en forma de barra cilíndrica alargada. Propio de su mamá, pues era un regalo que su papá le había hecho en su aniversario de bodas.
El martes, acordaron los últimos por menores y su profesor de ciencia y tecnología recordó a todos los que querían participar, inscribirse en la exposición.
Cavilosamente Pitín inscribió el trabajo con el título, "Creación del Hombre según la ciencia" Fundamentando su trabajo con las preguntas de los libros de filosofía y religión ¿Cómo apareció el hombre? ¿De dónde proviene el hombre? y negando la ridícula evolución del Homo Sapiens. Todos al escuchar el asombroso fundamento categórico de Pitín estaban ansiosos de conocer qué es lo que habían descubierto; pero Pitín y Linch no dieron detalle alguno. Sólo el principio fundamental. Ya que era un descubrimiento asombroso que sólo ellos tenían el mérito de demostrar una sola vez, y ésa vez sería en la exposición. Además no se entendería explicando, sino viendo.
Llegado el miércoles, todos los profesores, le comunicaron a Pitín y a Linch que tendrían buenas notas, si es que su trabajo tenía el mérito que ellos afirmaban con vehemencia. "Que era buena". En singular ocasión había reporteros de la T.V., la radio y el semanario local, los cuales habían sido invitados por la directora. Asombrosamente, ellos no tenían asesor y aún más, eso enfatizaba la curiosidad de todos.
Llegado el momento, armaron una cabina especial con dos mesas y una silla al centro. Una luz incandescente transmitía algo misterioso, donde dos sombras minúsculas humanas trabajaban arduamente viendo los por menores y detalles de un lado para otro.
La comisión calificadora, con miradas criticonas y sesudas personalidades, se presentó: Linch, habiendo aprendido de memoria las instrucciones preparadas por Pitín, hizo su presentación y solicitó una voluntaria; y al unísono la directora excitada por la curiosidad se ofreció, empujando a la profesora de inglés, quien se había quedado con la mano al aire. Se apoderó el nerviosismo de ambos cuerpecillos convirtiéndolos en gelatinas inseguras, y sin recato alguno prosiguieron, tomando el valor de los tigres.
La directora, entró en la cabina misteriosa, iluminada por dos focos; apareció entonces una sombra obesa, como una foca de circo, no era la idea pero prosiguieron. Entretanto, Linch explicaba citando a diversos estudiosos, hasta que hizo una conclusión contundente "Dios no existió para crear al hombre" Luego, dio instrucciones a la directora que se pusiese en noventa grados, apoyándose en la silla que estaba dentro de la cabina, pero antes tenía que sacarse el saco y la blusa. Interesada la directora sin tener la menor idea obedeció. Fue entonces cuando Linch dijo: "Señores, están ustedes a punto de ver el alucinante descubrimiento de dos grandes estudiosos." Luego, un montículo se movió dentro de la cabina, nerviosamente, el cual se le acercaba a la directora y todos empezaron a soltar risillas murmurantes.
La directora curiosa e insegura, intentó ver lo que estaba tras de ella y era una manito nerviosa cogiendo de un extremo un colgador anatómico con dos naranjas en medio que se introducía entre sus piernas. Todo en cuestión de segundos, en un parpadeo de querer auxiliarse, gritó. Y el niño de segundo grado, Linch: "Así se creó al hombre.", concluyó emocionado.
Extraído del libro de cuentos inédito "Cuando el río habla" de Alder W. Yauricasa Verástegui

jueves, 17 de junio de 2010

Serafin Delmar

Un Cuento en Huelga


SHILKA se fue con otro hombre. ¡Shilka mía!

¡Shilka mía! ¡Shilkacha! La guitarra gemía tan desesperadamente que la sombra un instante atropelló las paredes.

Hombre abandonado, ¡qué triste es ser sólo! La gran soledad creadora desenvolvía su recuerdo para ver a Shilka como la primera vez en la fiesta de Santiago, bailando en la plaza mayor con las cornetas de carrizo en cuya garganta el viento duele y aúlla como los perros de media noche. Era tan linda, que sus pechos, como las piñas, picoteaban el deseo de los chutillos que se emborrachaban para gritar como faunillos de acero alrededor de las vírgenes indias que reían como los venados espantados, desbordándose junto con las cornetas que herían el tiempo para amarrarse entre pajonales y peñascos, hasta ensangrentar las banderas del pudor y regresar al día siguiente a casa de sus padres con el novio cazado en la noche.

Shilka fue una de esas indias que tenía los labios como el sol del crepúsculo, con el cuerpo moreno de cactus floreado en los dientes.

La Shilka, pura e ingenua como una mazorca de maíz blanco. Cuando el Gobernador hizo la cacería de su Juan para enrolarlo en el ejército, rodando con su pena llegó a la casa de éste, y se humilló hasta que violaron sus mejillas unas acequias de agua transparente.
Juan marchó a la capital.

Al día siguiente, el Gobernador visitaba la estancia de Shilka, llevando consigo dos botellas de aguardiente. Esa noche la hizo brincar de terror y bebió amenazada por la cárcel.

Más tarde la Shilka parió un hijo del Gobernador. Cerca de su choza hizo su nido un pájaro agorero que lloraba todas las noches.

Pasó el tiempo y Juan no regresaba. La Shilka se iba a los cerros a enredar su canto con los arbustos que cogía para la merienda.

Una tarde, cuando la noche bajaba por las montañas, llegó Juan. ¡Cómo se abrazaron! Zapateaban de alegría sobre sus corazones quemados de hielo puneño. Pero la Shilka, esa misma noche tiró todo su cariño y Juan al río que corría como un potro blanco en el fondo. Se sentía indígena.

Al rayar la aurora, la garganta de los pájaros es el reloj de los campesinos y Shilka se marchó sin decir una palabra.

La guitarra, la compañera que nunca abandona, se moría bañada por la granizada que caía de los ojos de Juan.

Nota: Obra literaria reproducida de la Revista "Claridad" de mayo del año 1936, por Lino Cerna Manrique, editada en Homenaje al más grande escritor de América, quien corría el riesgo de ser fusilado por sus ideas políticas.

Antonio Muñoz Monge

SER UN ESCRITOR

"Que nadie nos espere" es una novela sorprendente de Antonio Muñoz Monge.

¿Cómo te autodefines en tu oficio de escritor?

- Intento testimoniar la clase media provinciana que en muchos casos vive añorando un pasado mejor, no necesariamente por el dinero o riqueza material, sino una vida más humana. En este recorrido aparecen personajes automarginados, “locos”, que “sufren” muchas veces sin darse cuenta el desarraigo y la vida trashumante, inhumana.

¿Existe la clasificación de escritores andinos y criollos?

- Lastimosamente esta realidad existe debido a prejuicios. Para mí, personalmente, no hay clasificaciones, existe el Perú.

¿Qué función ha tenido la crítica en tu caso?

- Ha sido amable, pero algo superficial, funciona para y con argollas, con algunas grandes excepciones.

¿Cuál es la historia de tu novela?

- Mientras un niño viaja con su padre por diversos pueblos va conociéndolo mejor y así se entera de su función de juez. Pero la novela es un viaje hacia ellos mismos y a los pueblos que conocen. Es como todos que viajamos sin saber dónde acabará el gran viaje. David, el niño, vive encuentros, desencantos, desarraigos y ausencias que nunca terminan. Todos somos caminantes como en mi novela Que nadie nos espere.

Los datos“Mi novela, Que nadie nos espere, es parte de la dolorosa realidad humana del Perú esencial que se niega o no se quiere ver”, nos dice el escritor.

“El Estado tiene el deber de apoyar la educación y la cultura, a través de una política cultural”.

La Primera, Lima 10/07/07

César Yauri Huanay

UN PINTOR CONSAGRADO
César Yauri Huanay nace en el cercano y hermoso distrito de Ahuaycha hace 33 años. Ahuaycha, que en Quechua significa "Tejido pequeño" está en la ruta de la antigua carretera que va a Huancayo. Chalampampa Purhuay, Ahuaycha, Acraquia, Santa Rosa, son algunos de los importantes puntos de este tejido vital. Ahuaycha es tierra de Danzantes de Tijeras y de pintores. De estos mismos lares es la familia Camac, familia de artistas.

Cuando indagamos por el origen de su arte, César Yauri algo melancólico recuerda la lejana tarde de febrero, caminado bajo una llovizna tierna, de regreso a su casa después de haber cojido guindas en las chacras de Ahuaycha. A lo lejos, la música de un Huayno se extendia como una vibración alegre y maternal. Fue allí, en esos sentidos momentos que Yauri decide hacerse pintor. El Hermoso recuerdo de esa tarde de lluvia y música siempre lo acompaña a Yauri a manera de númen, agua bautismal y manantial de información.

Después de terminar sus estudios en Pampas y alentado por su profesor de arte, Julio Camac (Chipchi), Yauri llega a Lima deseoso de ingresar a la Escuela de Bellas Artes del Perú, que había fundado su paisano Daniel Hernández.

En las calles limeñas pregunta al azar por la Escuela y nadie le da razón. Un día domingo caminando por la Colmena, por donde se exhiben cuadros "Para turistas" le orietan, le dan la dirección, emocionado frente al local sueña estudiar ahí. Al siguiente día, Lunes regresa ilusionado y averigua requisitos. Se prepara con ahínco e ingresa "Mi emoción no Tuve con quien compartirla" nos dice. "Caminé por las calles solo, no sé cuanto tiempo".

En 1989 egresa de la Escuela Nacional Autónoma de Bellas Artes del Perú con el Primer premio. Ha expuesto en varias Colectivas. Su primera Individual fue en 1991 en la Galeria Vargas de Camino Real de San Isidro y su Segunda Individual en 1992 en la Galería L'Imaginaire de la Alianza Francesa de Miraflores.

La pintura de Yauri reinvidica a su estirpe en lo más representativo de sus costumbres festivas y mágico religiosas. En sus óleos trabajados con singular textura están los precisos rasgos que se depositan en nuestro espíritu. Los personajes de su infancia ha ido tomando el calor y el color del tiempo. El ritual de la Danza, la sombra desdoblada del bailarín, el dejo triste de una máscara, la insinuación de un cuerpo como una luz dibujando, esa sensación de lluvia tenue que lo deja, la lastimera música fueron aparaciendo en el fervor de su pintura como una necesidad de urgente respuesta a la eterna interrogante de la vida diaria, de lo que somos y para que estamos juntos con nuestros semejantes.

ANTONIO MUÑOZ MONGE. Lima, Junio de 1995

Carlos Zúñiga Segura

NUESTROS ESCRITORES TAYACAJINOS

En el vasto reino de la literatura de Tayacaja, la presencia de escritores de distinta generación viene a constituirse en una permanente palpitación vital del hombre enhebrado en el resplandor mágico de nuestra tierra. Así lo venimos señalando en Cielo de fiesta en Tayacaja y en Literatura de Tayacaja que congrega signos y aromas en cuento, ensayo y poesía.

Esta virtual tradición literaria se funda desde el ayllu jamutay que es la hechura de la palabra al calor de la tullpa desde la sabiduría familiar, donde los kenkos (metáforas), watuchis (adivinanzas), willanakuy (cuentos), yachanakuy (consejas) y hahuachicuy simi (fábulas) florecen con galanura en Tayacaja.

Estos postales están consagrados a destacar algunos libros de autores nacidos en nuestra tierra.

Odón Cabezas Tovar nació en Paucarbamba, es profesor en la especialidad de Lengua y Literatura y editor de la revista “Paucar”. En setiembre del año 2000 publica Señor Wamani (Cuentos folklóricos) en cuyas páginas relata vivencias sucedidas en “las noches lóbregas de tupida neblina o frías noches de estrellado cielo, a veces bajo la pálida luna, antes que las aladas manos del sueño pose en las pupilas”. Su palabra viva cubre intensa travesía al relatarnos sobre El zorro y el jumento, La suegra de la perdiz, El Qarqacho, El Manchachicu, Señor Wamani, El Pisthaco y Los mineros donde nos cuenta: “Durante los años de permanencia en las aulas del Colegio Nacional San Pedro de Tayacaja” hoy Daniel Hernández, nunca recibí visita alguna (...) Esta soledad se debía a que yo era forastero, procedente de un lejano y olvidado distrito al cual se llegaba cruzando agrestes punas a lomo de bestia”.

Jesús Rafael Gutarra Luján es un autor consagrado, autor de los libros La Amilda está en el cielo; Tiempo de fuego y alegría, La muchacha de la sonrisa más bella del mundo. Sus relatos tienen por escenario nuestra tierra tayacajina, donde el autor vivió los años de su infancia y juventud para luego emigrar a Lima y Piura donde paralelo a su labor profesional cumple activa labor cultural. Gutarra nos dice en El Supay que nos ganó la alegría: “ Me acuerdo que fue miércoles que el Juancho Quillincho apareció tirado bocabajo, oliendo a pólvora y huevos podridos y con su corazón en la mano. Es el supay, comentaban, ha vuelto a vengarse. Y así fue. Un domingo al mediodía se apareció echando fuego y después de matar a quien quería, nos dijo: ustedes no tienen ojos ni oídos ni lenguas. Y nos fuimos quedando ciegos, sordos y mudos. Poquito a poco la gente fue desapareciendo de Mollepata”.

Juana Abad Rodríguez tiene la capacidad de adentrarse en las nervaduras de la literatura oral, es decir, en los mitos, leyendas y cuentos que eslabonan lo real maravilloso. Tiene en calidad de inédito un libro de relatos y en esos estadíos interiores nuestra escritora sabe y siente que su palabra es el fuego de la pasión creadora presente en Los Runamicujs, El alma condenada, Chalam David, El jarjaria de Rayan, El condenado de Mitupata. y en Nostalgias donde nos cuenta: “Viajar de Luichu a San Lorenzo en noches de luna deslumbrante, ante la cordillera occidental toda azul y tan imponente que tiene la sutileza de hacernos sentir diminutos ante Dios y gigantes ante la vida; mientras se sube la cuesta percibiendo a flor de piel la tierra cálida y una brisa refrescante, se siente en la soledad del paraje la compañía del rumor cantarín del Mantaro y la alegrías de saludarse al cruzar en el camino con los de Quintao y Jatuspata”.

Mesías Arias Segovia es un valioso escritor nacido en Tocas. En setiembre de 1995 publicó el libro Hombres del Perú profundo (Los Amarus) cuya lectura nos cautiva desde sus páginas iniciales hasta adentrarnos “en la soledad de las noches” y cantar “canciones con una música y voz divinas” o prometer a los cuatro vientos que “Iré con mi vaquita tras los viajeros que van a Pampas. Si me quitan a mi negrita saltaré al barranco. Prefiero morir”. Yaycupacuy, El forzudo y el diablo, Eusebio el peleador, El brujo invitando a la reunión de ancianos, El cura y la Mula; y, Benita la lunareja son algunos de los relatos que Arias asume con la palabra fresca de su Tocas de belleza indescriptible.

Como los escritores “somos vientos del pueblo, nacidos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas” en las próximas Postales de Tayacaja seguiremos aproximándonos a la creación literaria de nuestros escritores.

Maxk R. Cox


EL CUENTO PERUANO EN LOS AÑOS DE VIOLENCIA

Abimael Guzmán, Edith Lagos, Osmán Morote, Víctor Polay, Néstor Cerpa, y «Feliciano»; el ataque y liberación de la cárcel de Ayacucho, la masacre de ocho periodistas en Uchuraccay, la matanza de reclusos subversivos en las cárceles de Lurigancho y El Frontón, la fuga de emerretistas del penal de Canto Grande, los paros armados, los juicios populares, las rondas campesinas, la desaparición de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad de la Cantuta, los coches bomba como el de la calle Tarata, la captura de Abimael Guzmán y la toma de rehenes en la residencia del embajador japonés y su posterior liberación por comandos del Ejército. Estos son personajes y acontecimientos que han marcado una época de violencia política que ningún peruano puede olvidar.

Aunque la existencia de Sendero Luminoso se conoció en 1980 y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en 1984, un análisis desde la perspectiva de la narrativa ficticia tarda unos años. A partir de 1986 comienzan a aparecer las primeras obras publicadas sobre la violencia política en el Perú: desde entonces, más de sesenta escritores han publicado más de cien cuentos y treinta novelas sobre el tema. La presente antología es un esfuerzo por mostrar parte del material publicado hasta la fecha sobre la violencia política. Muchos de estos escritores forman también parte de un «boom» en la narrativa andina, que comienza en la década del ochenta. Este «boom» fue ayudado en gran medida por la demanda de un público lector, la labor de casas editoriales, concursos literarios que les confieren consagración a escritores galardonados, y escritores jóvenes que se enfocan en la región andina.

Una razón para este «boom» en la narrativa andina es un público lector con interés en el tema de la violencia política. En un estudio acerca de la narrativa indigenista, Efraín Kristal opina que una razón principal para el éxito de la narrativa indigenista ha sido la curiosidad acerca de la sierra por lectores en las ciudades. Conjetura que por causa de las migraciones masivas a los centros urbanos, disminuye el interés y el misterio asociados con las personas de la sierra debido a su cercanía (p. 58).1 Sin embargo, con la violencia en los años ochenta y noventa aumenta el interés por lo que acontece en la sierra.

Donde existe demanda, necesariamente se crea una oferta. Es así como Lluvia Editores se ha destacado entre las casas editoriales en sus esfuerzos por promover, publicar y distribuir obras narrativas sobre la región andina. En cuanto a la violencia política, ha publicado por lo menos una obra con dicha temática de alrededor de veinte por ciento de los escritores que se han atrevido a tocar el tema. Otras casas editoriales que han tenido una presencia en los años ochenta, con tres o cuatro libros publicados por cada una, son Colmillo Blanco, la Municipalidad del Cusco y Mosca Azul. Una cosa que llama la atención es la ausencia de muchas de las casas editoriales de mayor consagración y recursos, habiendo asumido esta labor las casas editoriales pequeñas y las autoediciones.

Intervenir en los concursos literarios es una de las maneras principales para que los escritores, —especialmente los jóvenes que comienzan sus carreras— puedan ganar más consagración en el campo de la producción cultural. Desde los años ochenta los dos concursos principales de narrativa han sido el concurso bienal Premio Copé de Cuento, patrocinado por Petroperú desde 1979, y el concurso anual «El cuento de las mil palabras», auspiciado por la revista Caretas desde 1982. Cinco de los cuentos premiados en el concurso Copé han abordado el tema de la violencia política. Dos ganaron el segundo premio: «Ñakay Pacha (El tiempo del dolor)» (1987) de Dante Castro Arrasco, y «El canto del tuco» (1994) de Jaime Pantigozo Montes. Finalistas fueron Enrique Rosas Paravicino con «Al filo del rayo» (1985), Walter Ventosilla con «Trampa tendida» (1992), y Zein Zorrilla con «Castrando al buey» (1985). Dos de los cinco cuentos premiados sobre la violencia política en el concurso «El cuento de las mil palabras» incluyen «Hacia el Janaq Pacha» (tercer lugar en 1987) de Óscar Colchado Lucio, y «En la quebrada» (1987) de Walter Ventosilla.

Mirando las obras publicadas sobre la violencia política entre 1986 y 1989, se aprecian los importantes papeles jugados por estos dos concursos literarios, por Lluvia Editores, y por las casas editoriales pequeñas. En estos años, Caretas publica cuatro cuentos, el Premio Copé tres, y Lluvia Editores seis colecciones de cuentos, las cuales contienen diez cuentos sobre la violencia política. Los otros libros publicados en estos años corresponden a casas editoriales pequeñas o imprentas particulares, con la excepción de un libro editado por Mosca Azul. Desde 1986 hasta la fecha, sólo Colmillo Blanco, la Editorial San Marcos, Lluvia Editores, Mosca Azul y la Municipalidad del Cusco han publicado tres libros o más sobre el tema. Con la excepción de las casas editoriales mencionadas arriba, la mayoría de los escritores con obras sobre la violencia política han tenido que recurrir a pequeñas casas editoriales o hacerlas mediante la autoedición.
¿Quiénes son estos escritores? Un artículo del autor
2 analiza a los escritores que han publicado un cuento o más sobre la violencia política, y es evidente que la violencia política constituye un elemento que define e identifica a una generación de escritores. Con excepciones notables, los escritores más jóvenes, nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, son quienes primero tratan el tema de la violencia política en su producción narrativa. La edad promedio de estos escritores en 1980, al comienzo de la guerra, era de 29 años, y el promedio cuando publicaron una primera obra sobre la violencia política era de 39 años. También se nota la ausencia de un gran número de escritores mayores y ya consagrados que aún no han publicado nada sobre el tema. La presente antología refleja la generación que más ha publicado sobre el tema: escritores nacidos entre 1944 y 1961. Estos escritores constituyen el 34% de todos los escritores que han publicado ficción narrativa sobre la violencia política, publicando 48% de los cuentos y 29% de las novelas.

Al analizar la producción narrativa según el origen geográfico del escritor, se puede llegar a la conclusión que los del sur y del centro del país han dedicado más de su producción narrativa a la violencia política que los del norte o los de Lima y el Callao. Por eso la presente antología tiene menos escritores limeños y más escritores de provincias. Éstos son los que, hasta el momento, se han preocupado más por la violencia política como tema literario. Del norte, donde hubo menos presencia de la violencia —y, quizá por eso, hay menos escritores que han publicado sobre el tema— es el cajamarquino Alfredo Pita. De Lima y el Callao incluimos a Dante Castro, Pilar Dughi, José de Piérola, y Walter Ventosilla. Del centro incluimos a cuatro escritores: Óscar Colchado Lucio de Ancash, Julián Pérez y Sócrates Zuzunaga Huaita de Ayacucho, y Zein Zorrilla de Huancavelica. Del sur están los cusqueños Mario Guevara Paredes, Luis Nieto Degregori, Juan Alberto Osorio, Jaime Pantigozo Montes, y Enrique Rosas Paravicino, y el puneño Feliciano Padilla Chalco.

La presente antología es un primer paso para dar cuenta de la admirable cantidad y calidad de ficción narrativa que sobre la época de la violencia política se ha publicado hasta el año 2000. Una época clave para una generación. Quizá será lo que une a una generación en su interpretación de su historia contemporánea, como la guerra de 1898 en España, la Revolución Mexicana y la Revolución Cubana han dejado sus huellas en las culturas de sus respectivos países. Afortunadamente, hay muchos escritores que siguen publicando sobre la violencia política y otros que planean series de novelas sobre este tema.

Mark R. Cox
El cuento peruano en los años de la violencia, selección y prólogo de Mark R. Cox, Editorial San Marcos, Lima, 2000, 196 pp.
1 Kristal, Efraín. "Del indigenismo a la narrativa urbana en el Perú". Revista de crítica literaria latinoamericana 14.27 (1988): 57-74.
2 «La violencia política y la narrativa peruana andina: 1986-1996». Sieteculebras 10 (1997): 24-27.

miércoles, 16 de junio de 2010

Humberto Huiza Oyola

¡SOY JEFE, CARAJO! ¡JEFAZO!

–Arrastrados de mierda, mariconcitos, carajo, acá pudriéndose, ¿no? –dijo entrando en la cantina. Miró con vivo desdén a todos, desde la distancia confundido por el licor. Ahí estaba uno de sus amigos, sentado a una mesa, entre sus cuatro colegas, libando un par de cristales. Se acercó mirada fija en él.

Caía la noche de espaldas sobre la ciudad. Rugían los carros con intermitencia por las calles. Uno que otro transeúnte se dejaba ver pasando la puerta.

–Ernesto –dijo el intruso–, qué tal, huevón. Chupando ustedes, carajo. Mientras yo pobre deambulando en la calle. Ni siquiera ya se conocen y ni hola para los amigos. Señora, una cerveza para estos cojudos.

Ernesto y sus colegas le dieron la mano en señal de saludo y de bienvenida, más por rito que por respeto, sin darle mayor importancia a las palabras cargadas de insulto del intruso. Luego le invitaron una silla para que se sentara a la mesa. El hombre estaba ofuscado por los demonios que traía por dentro. En su voz de cólera precipitada blandía su alma la ira de hálitos amargos. Diríase que traía herida el alma.

–Y, qué tal, Camilo...¿qué nos cuentas? –dijo Ernesto.

Camilo Betanzos, desde su pequeña estatura hacía relucir su figura como para que se dieran cuenta de su presencia los usuarios del bar. De sus lentes saltaban chispas de cólera. Cuando hablaba no le salían bien articuladas las palabras, por lo que le faltaban varios dientes.

–¡Qué mierda les voy a contar, carajo! Sólo diré que me están oliendo a podridos.

Quiso exaltarse uno de los colegas de Ernesto, pero se apaciguó comprendiendo que Camilo estaba más beodo que todos ellos.

–Para que sepan, carajo, muertos de hambre, indios de mierda, nunca he sido cualquier arrastrado como muchos maricones, por no decir como ustedes. Yo he chambeado como personal técnico en el Ministerio de Agricultura cuando aún era estudiante del Peda... Yo siempre he sido progresista, nunca he sido reaccionario como los hijos de puta. ¿Alguien puede enrostrarme? Nadie, conchesumadre. Si bien esa vez, a ese delincuente de mierda, a ese jefezuelo de agricultura, le complací con mis tres meses de sueldo para que me diera chamba, sólo en contrata, eso fue antes y no ahora, carajo. Pero quién mierda me puede decir que la chamba en el Perú no es un negocio de los jefes. Nadie, maricones. Si no cómo se explica la opulencia de los burócratas, su putería de inmorales, cómo..., mujeres por aquí y mujeres por allá y cutra para el culo, carajo. ¿No saben que esos maricones valen un culo?

–Muchos, pero no todos –dijo Ernesto.

–Para continuar estudiando y trabajando, tuve que asegurarme la chamba. ¿Me creen que fue fácil? Huevones. Cuando uno quiere lo hace fácil. Sí, carajo. Yo le he llevado al inge una putita que se acostaba conmigo para que se lo coma y me nombre, y fue así. Me nombró y me descontó por ese nombramiento durante cinco meses la mitad de mi sueldo. Sólo trabajé de noche, pues de día, como todos ustedes saben, estuve en el Peda. Para tener ese privilegio de chamba nocturna dije que yo también era aprista, sino cómo mierda se cuenta con la confianza de esos maricones.

–Esa es tu experiencia personal. Y no todos se parecen a ti –dijo otro de los amigos de Ernesto. Pensó de cómo la petulancia de un cínico puede traerse abajo toda la imagen de una institución.

–Cojudos de mierda, huevones, chupamedias de los jefes más asquerosos de toda esta podredumbre, no se crean tromes conmigo, carajo. No crean que no les conozco. Ustedes no son nada para mí. Sé que cada uno de ustedes han llorado para ser nombrados en el magisterio, tontonazos. ¿De qué les ha servido que hayan estudiado día y noche, si al final de cuentas eso no le importa a los jefes en el momento de los nombramientos? Los jefes son unos tristes analfabetos que sólo saben firmar lo que escriben las secretarias. ¿No se han dado cuenta? ¿Qué jefe es intelectual? Saber la especialidad, una cojudeza. Para tener éxito en este mundo sólo hay que reunir tres requisitos: ser borracho, mujeriego y corrupto. Salú pues, cojudos, mariconazos de mierda. ¿Siguen estudiando? Huevones. Convénzanse que eso no sirve, no sirve, carajo. Pueden creer que no valgo nada. Pueden pensar que soy tan pobre como dije entrando. No. No, huevones. No soy un simple profesorcito del campo como este mariconazo de Ernesto. Soy jefe de la Dirección Departamental de Educación. No se hagan a los cojudos, maricones. ¿Saben cómo llegué? Racionalizando a un centro educativo porque no tenía más de treinta alumnos por sección. ¿Quieren aprender de mí? ¡Fácil! ¡Fáltense, no vayan a sus centros educativos sino sólo dos o tres días a la semana! Los alumnos solos se van a ausentar. Aprovechen eso para que los racionalicen. Al no saber adónde llevarme, me trajeron a la Departamental. Los indios de mierda en el campo no comprenden ni valoran a los maestros, sólo saben reclamar sin fundamento alguno que uno debe trabajar aunque sea con un solo alumno. Y ustedes, profesorcitos de chacra, continuarán chambeando para esos hijos de puta. Continuarán diciéndome que aquellos que llegan a ser especialista y jefes son arrastrados y continuarán disfrazando su incapacidad de dignidad. Ustedes son unas mierdas. Para ustedes la inteligencia es corrupción. Pero para que nunca se olviden, carajo, yo trabajo para el SIN. Puedo estar donde quiera y como quiera. A mí, ningún conchesumadre me controla. Ustedes tienen el privilegio de estar conmigo.

–Perdón, Camilo, sea lo que quieras, no es necesario que nos digas. Aquí sólo estamos compartiendo un poco de amistad contigo... –señaló uno de los amigos de Ernesto.

–¿Un poco de amistad? Tacaños de mierda. Señora, para estos huevones una caja de cerveza.

–En breve señor...

–¿En breve? ¿Qué es eso de breve? De inmediato, puta de mierda, antes que te cache, carajo.

–Ahí tiene señor...

–¿Señor? Tu papacito, carajo.

–Perdón señor, quien va a pagar...

–¿Están abiertas?

–No.

–Abra todas y cobra. ¿Me entiendes, mamacita?

–Así será, señor.

–¿No puedes decir papacito? ¿Te cuesta decirlo? Si es así, te pagaré pues, mamacita.

Quiso tomarla por las caderas. Ella lo esquivó ruborizada y enojada. Corría la noche. Las calles se inundaban de silencio. En el rostro de Camilo latía su frustración en fuego amargo.

–Ah, puta de mierda, ¿aún te escapas, no? Te haces a la santa huevona.

–Señor, todas las botellas ya están abiertas. Ahora sí, ya puedes pagarme.

–¿También ya estás abierta?

–Por favor, señor, quiero que me pague.

–Pero cómo puedo pagarte si no te dejas consumir. Déjate de cojudezas, puta de mierda. Si sabes lo que quiero de ti, no te hagas a la tonta.

–Señor, me estás faltando el respeto. Por favor págame de las cervezas.

–Paguen carajo. No creo que me digan que son unos muertos de hambre.

–Tú la pediste, Camilo, tienes que pagar.

–Sí, la pedí y no sólo para mí.

–Señor, usted me la pidió.

–Sí, no lo niego. Y quién dice que no.

–Entonces de una vez págame.

Unos cuantos clientes que ya dormitaban sobre las mesas se despertaron con la bulla y aquellos que iban dialogando se callaron y se echaron a ver la escena. Unos cuantos vasos de cerveza y caliente a medio beber se sostenían en las manos ya endebles de los beodos. El clima del ambiente se hacía cada vez más áspero y tenso. Unas cuántas personas aparecían por la puerta y se iban. Desde hace ya media hora nadie se animaba a entrar.

Tenue la luz de la cantina. Humo de cigarrillos y sabor amargo de licores se congestionaba en la atmósfera. La muchacha de la cantina, ojos azules y tez clara, labios carmesí, lucía un cuerpo que urgía a la tentación, generando vértigo en los ojos de cualquier cristiano, y no sabía cómo salir del problema. Parecía ser foránea y nueva en el oficio. Era expresiva su tensión.

–Te pagaré en crudo, sacarás provecho de mí, te irás en coche. ¿Me entiendes, mamacita?

–No estoy para bromas, señor. Por favor págame o te rompo la cabeza.

–Dirás la cabecita, la que más te gusta.

–Señor, no seas insolente.

–Insolente, no; sólo evidente.

–Cuál evidente, malcriado, dirás demente.

–Y quién no llegaría a ser demente por ti.

–Antes que te rompa el hocico, págame –enseñó la botella levantando a la altura de su rostro en actitud de respuesta desesperada. Nadie la acompañaba en la atención a la muchacha. Corría un sudor frío por su rostro. Latía con fuerza su corazón en medio de su impotencia.

Ernesto y los demás continuaban su tertulia dejando de lado el conflicto de Camilo.

–¿No dijiste que me ibas a romper la cabeza?

–Sí, te lo dije.

–Bueno, pues entonces hazlo, pero con tu..., mamacita –dijo como abrazando a la bella mujer.

Ella no tenía palabrotas en la boca para responder de igual a igual a Camilo. Sus labios de flor echaban una dulce voz bien timbrada en medio del ritmo de la música. Cuando Camilo quiso empujarla contra la pared evitó que la saque del medio de la sala. Temblaba su cuerpo. La pena de ser mujer y mujer de cantina parecía enterrarla. Sus lindos ojos brillaban, ora de cólera y ora de llanto, emergiendo de impotencia.

–¿No quieres cobrarte, hija de perra? –dijo Camilo, como violentado por la ofensa de la negativa a sus requirimientos y quiso tomarla por la fuerza. Ella gritó desconsolada y ofendida en su amor propio. Entonces, Ernesto y sus amigos lo tomaron por los brazos y lo condujeron a su mesa.

–No te preocupes, nosotros asumimos la responsabilidad –le dijeron a la muchacha.

–Cojudos de mierda, no los voy a cachar a ustedes, maricones, ¿me entienden? –volvió a decir Camilo.

Nadie respondió. Todos con la ira en silencio le echaron los ojos a él. Beodo hasta el alma se tambaleó en su asiento. Y se puso a llorar. Dijo que todos le despreciaban. Dijo que todos le tenían envidia. Su moco le manó a raudales. No pudo contener su baba. Procurando limpiarse el moco y la baba se embadurnó todo el rostro. Se desgreñó la cabellera, botó su lente por los suelos. Tomó el vaso de la mesa y lo lanzó contra la pared. Tiró la caja de cerveza contra el mostrador donde parecía llorar la muchacha.

–Cojudos de mierda, putas de mierda, yo soy jefe carajo, jefazo, para que sepan, y soy del SIN. A mí no me van a venir con que son progresistas carajo, porque todos los progresistas son terrucos, mierda. A mí no me van a engañar diciendo que saben más que yo; la patria es mía, ustedes están refugiados en esta patria. Más bien agradézcanme por este pedazo de espacio que aún les brindo sin que se lo merezcan. Me deben por la vida que llevan. ¿Me entienden? Babosos de mierda, ni sabrán de dónde han venido ni dónde van a morir. Pobres parásitos. Pero convénzanse de una cosa: el chino Fujimori es el mejor presidente que tuvo el Perú, perdón que tiene el Perú, por eso todos deben agradecerle a él. Él es mi pataza, carajo. Mientras él esté de presidente tendrán plata para chupar. Pues gracias a él soy jefe. A nadie le he dicho lo que acabo de decir. Nadie sabe que soy fujimorista y que trabajo en el ministerio del interior. Todos los jefes son mis patazas. Me buscan para hacerle un favor, otro favor, todos los favores que quieran. Esos churres son unos arrastrados. Cuánto me lo deben. Y ustedes creen que están con un loco. Huevones de mierda. Locos serán ustedes. Para que sepan no soy arrastrado. Para que sepan no busco a ninguna puta. Para que sepan no me ensucio en ninguna chingana de mala muerte. Para que sepan sólo chupo whisky. Todas las cholitas me buscan locas de amor para que me los coma, carajo. ¿Ustedes creen que los conocimientos garantizan algún empleo? Purísima ingenuidad, conchesumadre. No se olviden, el mejor currículo de una mujer es su culo.

–Camilo, no queremos que nos digas que vales un culo ni una montaña de culos, por favor, un poco más de decencia.

–¿Decencia, huevón? Ni Cristo conoció decencia, carajo. Hasta él nació en medio de la podredumbre. ¿Acaso Herodes no estaba pudriéndose cuando él nació?

–No por eso nos vas a decir que vales un culo.

–El culo es la debilidad del hombre, carajo, no me vas a decir que no. Si no es así eres un pobre maricón a quien le gusta el pájaro.

–¿Por sus culos es como nombras o contratas a las profesoras, les procuras su ascenso?

–Claro que sí, maricón de mierda. No vas a decirme que no sientes tentación ante las mujeres. No me vas a decir que no te gusta el culo. Por el culo es que todo el mundo está perdido. A ver dime que no. Si quieren ascenso, mariconcitos de mierda, denme sus culos y tendrán sus ascensos.

–¡Basta, basta de necedades, Camilo, basta!

–¿Acaso les hice el amor con las palabras, putitas, para que me digan basta? No carajo. Ni en último cacho maricones.

Con el rostro maculado por la rabia, la angustia, el llanto, la impotencia y la indignación, se levantó la muchacha de su mostrador y suplicó a sus clientes que se retiraran para cerrar su cantina e invocó que pagaran los que aún le debían de las cervezas y de los calientes. Los de la otra mesa aún tenían varias cervezas por consumir. En la otra, dos borrachines ni habían iniciado de servirse su jarra de caliente por la violencia de Camilo. Mientras éste y sus amigos continuaban discutiendo elevando el tono exasperado de sus voces como a punto de agredirse físicamente. Los demás clientes suplicaron acabar su bebida para irse. Dijeron que no se incomodara porque no causaban ningún desorden y, si el caso exigiera, saldrían en su defensa. Ella comprendió que era imposible deshacerse de sus clientes. Sin regateos en ambas mesas le pagaron el precio. Entonces ella tomó la decisión de llamar a algún policía para deshacerse de Camilo y de sus amigos. Salió de la cantina.

Avanzaba la noche despojando la calle de población. Unos cuantos borrachines aparecían y desaparecían por la calle, como si la sombra los tragara en cuerpo entero. Unos cuantos carros de taxistas esperaban algún pasajero. En eso venían varios policías. Ella invocó auxilio. Y los policías les hicieron pagar la cuenta y se los llevaron a la comisaría.

Pero Camilo no tardó en volver a la cantina.

Ella estaba a punto de cerrar la puerta cuando entró él. Entró prepotente, echando fuego por la boca, por los ojos, arrasando todo cuanto encontró a su paso. Lo habían soltado antes de la comisaría en pago de ciertos favores que le había hecho a uno de los policías y porque, además, se había identificado como amigo del Doc. La levantó en vilo y la tiró al suelo y a punto de ultrajarla se dio cuenta que su miembro viril estaba fláccido. Se sintió derrotado por la vergüenza del oficio en el que decía ser el más experto.

Luego, disimulando su vergüenza, le dijo que denunciara aquello ante la autoridad que ella quisiera, diciendo que el jefe la había ultrajado. Salió tambaleando. Caminó una cuadra y al pie de un poste, junto al tacho, se quedó parado. Meneó su cabeza en signo de cansancio y sueño. Bostezó. Y se tumbó de espalda sobre la basura. Sintió náuseas y se vomitó en toda la cara y el cuello. Ya eran las tres de la mañana cuando una perra se acercó a lamerle el rostro. Entre sus sueños dijo: ¡Así, mamacita, tienes que ser cariñosa con tu jefe! Se fue la perra y vino otro perro. Husmeó todo su rostro y luego le orinó en la boca. ¡Salú, carajo; así tienes que ser atento con tu jefe, con tu jefazo! Y se despertó apestando a heces.

Jaime Edmundo Pari

JUSTICIA DIVINA

Enma entró corriendo al templo de Ascensión. Sofocada, angustiada, dolorida, se postró ante el altar de San Juan Evangelista. Sollozando amargura, se desahogó:

—Justicia, San Juancito, justicia.

Tomó aire. Adquirió más fuerza. Y siguió desfogándose:

—Tú eres testigo, San Juancito, del amor que por él siento. Tú eres testigo de nuestro juramento. Él no cumplió, San Juancito. Él no cumplió.

Desfalleciente, y dejando caer la cabeza al pecho, se puso a rememorar.

Él y ella veían embelesados, desde el puente colonial de Ascensión, el cauce murmulloso del río transparente. Él le dijo ven, y ella se acercó a él que se había alejado un poco de ella. Apoyados en la barandilla del puente colonial, él apuntando el río, le dijo mira. Ella vio. Él confesó: “Mi barco”. Ella se quedó pasmada al ver cómo esa base de las columnas del puente formaba efectivamente la proa de un barco y daba la sensación de estar viajándose en uno de ellos. Ella se enredó en el cuerpo de él, y luego le dio un beso inquieto. Soñaban con viajes a través del mundo en ese su barco de piedras. Soñaban con dichas fulgurando a través de todos los mares del mundo.

Agotados de viajar por los mares de la dicha eterna, ella le dijo ven, vamos, y lo condujo abrazados. Él se dejaba llevar. Caminando dos cuadras, casi una empedrada y la más de una terrosa, llegaron al parque de Ascensión. Subiendo al pavimentado parque enverdado, la atravesaron hasta llegar a la puerta en arco de la iglesia de Ascensión. Apostados a ambos lados de la entrada, unos niños vendían velas blancas. Ella, desenredándose de él, introdujo su mano derecha en el bolsillo delantero derecho de su pantalón jean azul y sacó una moneda de un sol plateada. Compró un par de velas; mientras él veía con gozo todo lo que ella hacía. Con las velas en la mano derecha, y con la izquierda agarrando la derecha de él, ella lo condujo dentro de la iglesia oscura. La noche se estaba haciendo. Las luces de la ciudad se encendían de bloque en bloque.

Él vio que, frente al altar de San Juan Evangelista, un bosque de velas ardían con profusión. Y detrás de las velas blancas, en las bancas largas, varios feligreses rezaban con unción. Ella lo llevó hasta delante de la procesión de bancas, y, con delicadeza, encendió las dos velas que había comprado. Él veía atento todo lo que ella hacía. Encendidas ambas velas, y persignados ambos, ella lo condujo a delante del firmamento de velas, posó su mano izquierda en los pies de San Juancito, y le dijo a él que hiciera lo mismo. Él posó su mano derecha en los pies de San Juancito, y con las otras manos juntas, apretadas, enlazándose para nunca jamás desunirse, ella le susurró: “Repite conmigo”. Él la vio con amor, y ella comenzó: “Yo”, “Yo”, “Jaime Edmundo”, “Jaime Edmundo”, “prometo que a ti”, “prometo que a ti”, “Enma Nazarit”, “Enma Nazareit”, “te voy a amar eternamente”; “te voy a amar eternamente”; “sino que San Juan Evangelista”, “sino que San Juan Evangelista”, “ante quien te hago esta promesa”, “ante quien te hago esta promesa”, “me castigue con la muerte”. “me castigue con la muerte”. “Amén”. “Amén”. “Ahora repite lo que yo diga”, dijo él. Ella asintió con la cabeza, y él comenzó; “Yo, Enma Nazarit”, “Yo, Enma Nazarit”, “ante San Juan Evangelista”, “ante San Juan Evangelista”, “juro que nunca voy a dejarte de amar a ti”, “juro que nunca voy a dejarte de amar a ti”, “Jaime Edmundo”; “Jaime Edmundo”; “y si no es así”, “y si no es así”, “que San Juan el Evangelista” “que San Juan el Evangelista” “triture mi corazón”. “triture mi corazón”. “Amén”. “Amén”. Y gozosos se dieron un beso largo. Mas notando que los demás rezantes los veían extrañados, ruborizados salieron de la iglesia abrazados. Una felicidad divina surcaba sus gestos.

—Y tú, San Juancito, también eres testigo de cuánto lo he amado, de cuánto lo amo.

Y recordó todos aquellos momentos en los que ellos, abrazados como dos siameses, paseaban y visitaban, eternos enamorados, todos los recovecos de la ciudad. También recordó las ansias y estremecimientos con que lo esperaba en su casa, o en algún punto de la ciudad, cuando se acercaba la hora de encontrarse. Y cómo se desesperaba cuando él tardaba unos minutos.
Entonces un gesto enlutó su rostro.

Como ave malagüera, como apocalipsis de un sueño dorado, vino a su mente la imagen de él y la otra acurrucados en un rincón desértico. Era él, él, él. Sus ojos no la engañaron. Era él abrazando a otra. Era él engañándola ante sus propios ojos. Era él no cumpliendo su juramento de amarla eternamente.

—Justicia, San Juancito. Justicia.

Jaime y María pasean abrazados, indiferentes a algunas miradas sorprendidas, por la calle más solitaria de la ciudad. La noche se ha hecho. Los focos de la ciudad titilan como estrellas confabuladoras. Jaime se detiene. María, extrañada, también se detiene. Jaime se agarra el pecho, la altura del corazón. Siente palidecer. María se alarma. Jaime se aprieta desesperado el pecho. María, qué tienes, qué te pasa. Habla por favor. Jaime cae de bruces sobre la pista cementosa de la calle más solitaria de la ciudad. Yace despatarrado.Cuando le hicieron la autopsia, encontraron que el corazón lo tenía triturado.