¡SOY JEFE, CARAJO! ¡JEFAZO!
–Arrastrados de mierda, mariconcitos, carajo, acá pudriéndose, ¿no? –dijo entrando en la cantina. Miró con vivo desdén a todos, desde la distancia confundido por el licor. Ahí estaba uno de sus amigos, sentado a una mesa, entre sus cuatro colegas, libando un par de cristales. Se acercó mirada fija en él.
Caía la noche de espaldas sobre la ciudad. Rugían los carros con intermitencia por las calles. Uno que otro transeúnte se dejaba ver pasando la puerta.
–Ernesto –dijo el intruso–, qué tal, huevón. Chupando ustedes, carajo. Mientras yo pobre deambulando en la calle. Ni siquiera ya se conocen y ni hola para los amigos. Señora, una cerveza para estos cojudos.
Ernesto y sus colegas le dieron la mano en señal de saludo y de bienvenida, más por rito que por respeto, sin darle mayor importancia a las palabras cargadas de insulto del intruso. Luego le invitaron una silla para que se sentara a la mesa. El hombre estaba ofuscado por los demonios que traía por dentro. En su voz de cólera precipitada blandía su alma la ira de hálitos amargos. Diríase que traía herida el alma.
–Y, qué tal, Camilo...¿qué nos cuentas? –dijo Ernesto.
Camilo Betanzos, desde su pequeña estatura hacía relucir su figura como para que se dieran cuenta de su presencia los usuarios del bar. De sus lentes saltaban chispas de cólera. Cuando hablaba no le salían bien articuladas las palabras, por lo que le faltaban varios dientes.
–¡Qué mierda les voy a contar, carajo! Sólo diré que me están oliendo a podridos.
Quiso exaltarse uno de los colegas de Ernesto, pero se apaciguó comprendiendo que Camilo estaba más beodo que todos ellos.
–Para que sepan, carajo, muertos de hambre, indios de mierda, nunca he sido cualquier arrastrado como muchos maricones, por no decir como ustedes. Yo he chambeado como personal técnico en el Ministerio de Agricultura cuando aún era estudiante del Peda... Yo siempre he sido progresista, nunca he sido reaccionario como los hijos de puta. ¿Alguien puede enrostrarme? Nadie, conchesumadre. Si bien esa vez, a ese delincuente de mierda, a ese jefezuelo de agricultura, le complací con mis tres meses de sueldo para que me diera chamba, sólo en contrata, eso fue antes y no ahora, carajo. Pero quién mierda me puede decir que la chamba en el Perú no es un negocio de los jefes. Nadie, maricones. Si no cómo se explica la opulencia de los burócratas, su putería de inmorales, cómo..., mujeres por aquí y mujeres por allá y cutra para el culo, carajo. ¿No saben que esos maricones valen un culo?
–Muchos, pero no todos –dijo Ernesto.
–Para continuar estudiando y trabajando, tuve que asegurarme la chamba. ¿Me creen que fue fácil? Huevones. Cuando uno quiere lo hace fácil. Sí, carajo. Yo le he llevado al inge una putita que se acostaba conmigo para que se lo coma y me nombre, y fue así. Me nombró y me descontó por ese nombramiento durante cinco meses la mitad de mi sueldo. Sólo trabajé de noche, pues de día, como todos ustedes saben, estuve en el Peda. Para tener ese privilegio de chamba nocturna dije que yo también era aprista, sino cómo mierda se cuenta con la confianza de esos maricones.
–Esa es tu experiencia personal. Y no todos se parecen a ti –dijo otro de los amigos de Ernesto. Pensó de cómo la petulancia de un cínico puede traerse abajo toda la imagen de una institución.
–Cojudos de mierda, huevones, chupamedias de los jefes más asquerosos de toda esta podredumbre, no se crean tromes conmigo, carajo. No crean que no les conozco. Ustedes no son nada para mí. Sé que cada uno de ustedes han llorado para ser nombrados en el magisterio, tontonazos. ¿De qué les ha servido que hayan estudiado día y noche, si al final de cuentas eso no le importa a los jefes en el momento de los nombramientos? Los jefes son unos tristes analfabetos que sólo saben firmar lo que escriben las secretarias. ¿No se han dado cuenta? ¿Qué jefe es intelectual? Saber la especialidad, una cojudeza. Para tener éxito en este mundo sólo hay que reunir tres requisitos: ser borracho, mujeriego y corrupto. Salú pues, cojudos, mariconazos de mierda. ¿Siguen estudiando? Huevones. Convénzanse que eso no sirve, no sirve, carajo. Pueden creer que no valgo nada. Pueden pensar que soy tan pobre como dije entrando. No. No, huevones. No soy un simple profesorcito del campo como este mariconazo de Ernesto. Soy jefe de la Dirección Departamental de Educación. No se hagan a los cojudos, maricones. ¿Saben cómo llegué? Racionalizando a un centro educativo porque no tenía más de treinta alumnos por sección. ¿Quieren aprender de mí? ¡Fácil! ¡Fáltense, no vayan a sus centros educativos sino sólo dos o tres días a la semana! Los alumnos solos se van a ausentar. Aprovechen eso para que los racionalicen. Al no saber adónde llevarme, me trajeron a la Departamental. Los indios de mierda en el campo no comprenden ni valoran a los maestros, sólo saben reclamar sin fundamento alguno que uno debe trabajar aunque sea con un solo alumno. Y ustedes, profesorcitos de chacra, continuarán chambeando para esos hijos de puta. Continuarán diciéndome que aquellos que llegan a ser especialista y jefes son arrastrados y continuarán disfrazando su incapacidad de dignidad. Ustedes son unas mierdas. Para ustedes la inteligencia es corrupción. Pero para que nunca se olviden, carajo, yo trabajo para el SIN. Puedo estar donde quiera y como quiera. A mí, ningún conchesumadre me controla. Ustedes tienen el privilegio de estar conmigo.
–Perdón, Camilo, sea lo que quieras, no es necesario que nos digas. Aquí sólo estamos compartiendo un poco de amistad contigo... –señaló uno de los amigos de Ernesto.
–¿Un poco de amistad? Tacaños de mierda. Señora, para estos huevones una caja de cerveza.
–En breve señor...
–¿En breve? ¿Qué es eso de breve? De inmediato, puta de mierda, antes que te cache, carajo.
–Ahí tiene señor...
–¿Señor? Tu papacito, carajo.
–Perdón señor, quien va a pagar...
–¿Están abiertas?
–No.
–Abra todas y cobra. ¿Me entiendes, mamacita?
–Así será, señor.
–¿No puedes decir papacito? ¿Te cuesta decirlo? Si es así, te pagaré pues, mamacita.
Quiso tomarla por las caderas. Ella lo esquivó ruborizada y enojada. Corría la noche. Las calles se inundaban de silencio. En el rostro de Camilo latía su frustración en fuego amargo.
–Ah, puta de mierda, ¿aún te escapas, no? Te haces a la santa huevona.
–Señor, todas las botellas ya están abiertas. Ahora sí, ya puedes pagarme.
–¿También ya estás abierta?
–Por favor, señor, quiero que me pague.
–Pero cómo puedo pagarte si no te dejas consumir. Déjate de cojudezas, puta de mierda. Si sabes lo que quiero de ti, no te hagas a la tonta.
–Señor, me estás faltando el respeto. Por favor págame de las cervezas.
–Paguen carajo. No creo que me digan que son unos muertos de hambre.
–Tú la pediste, Camilo, tienes que pagar.
–Sí, la pedí y no sólo para mí.
–Señor, usted me la pidió.
–Sí, no lo niego. Y quién dice que no.
–Entonces de una vez págame.
Unos cuantos clientes que ya dormitaban sobre las mesas se despertaron con la bulla y aquellos que iban dialogando se callaron y se echaron a ver la escena. Unos cuantos vasos de cerveza y caliente a medio beber se sostenían en las manos ya endebles de los beodos. El clima del ambiente se hacía cada vez más áspero y tenso. Unas cuántas personas aparecían por la puerta y se iban. Desde hace ya media hora nadie se animaba a entrar.
Tenue la luz de la cantina. Humo de cigarrillos y sabor amargo de licores se congestionaba en la atmósfera. La muchacha de la cantina, ojos azules y tez clara, labios carmesí, lucía un cuerpo que urgía a la tentación, generando vértigo en los ojos de cualquier cristiano, y no sabía cómo salir del problema. Parecía ser foránea y nueva en el oficio. Era expresiva su tensión.
–Te pagaré en crudo, sacarás provecho de mí, te irás en coche. ¿Me entiendes, mamacita?
–No estoy para bromas, señor. Por favor págame o te rompo la cabeza.
–Dirás la cabecita, la que más te gusta.
–Señor, no seas insolente.
–Insolente, no; sólo evidente.
–Cuál evidente, malcriado, dirás demente.
–Y quién no llegaría a ser demente por ti.
–Antes que te rompa el hocico, págame –enseñó la botella levantando a la altura de su rostro en actitud de respuesta desesperada. Nadie la acompañaba en la atención a la muchacha. Corría un sudor frío por su rostro. Latía con fuerza su corazón en medio de su impotencia.
Ernesto y los demás continuaban su tertulia dejando de lado el conflicto de Camilo.
–¿No dijiste que me ibas a romper la cabeza?
–Sí, te lo dije.
–Bueno, pues entonces hazlo, pero con tu..., mamacita –dijo como abrazando a la bella mujer.
Ella no tenía palabrotas en la boca para responder de igual a igual a Camilo. Sus labios de flor echaban una dulce voz bien timbrada en medio del ritmo de la música. Cuando Camilo quiso empujarla contra la pared evitó que la saque del medio de la sala. Temblaba su cuerpo. La pena de ser mujer y mujer de cantina parecía enterrarla. Sus lindos ojos brillaban, ora de cólera y ora de llanto, emergiendo de impotencia.
–¿No quieres cobrarte, hija de perra? –dijo Camilo, como violentado por la ofensa de la negativa a sus requirimientos y quiso tomarla por la fuerza. Ella gritó desconsolada y ofendida en su amor propio. Entonces, Ernesto y sus amigos lo tomaron por los brazos y lo condujeron a su mesa.
–No te preocupes, nosotros asumimos la responsabilidad –le dijeron a la muchacha.
–Cojudos de mierda, no los voy a cachar a ustedes, maricones, ¿me entienden? –volvió a decir Camilo.
Nadie respondió. Todos con la ira en silencio le echaron los ojos a él. Beodo hasta el alma se tambaleó en su asiento. Y se puso a llorar. Dijo que todos le despreciaban. Dijo que todos le tenían envidia. Su moco le manó a raudales. No pudo contener su baba. Procurando limpiarse el moco y la baba se embadurnó todo el rostro. Se desgreñó la cabellera, botó su lente por los suelos. Tomó el vaso de la mesa y lo lanzó contra la pared. Tiró la caja de cerveza contra el mostrador donde parecía llorar la muchacha.
–Cojudos de mierda, putas de mierda, yo soy jefe carajo, jefazo, para que sepan, y soy del SIN. A mí no me van a venir con que son progresistas carajo, porque todos los progresistas son terrucos, mierda. A mí no me van a engañar diciendo que saben más que yo; la patria es mía, ustedes están refugiados en esta patria. Más bien agradézcanme por este pedazo de espacio que aún les brindo sin que se lo merezcan. Me deben por la vida que llevan. ¿Me entienden? Babosos de mierda, ni sabrán de dónde han venido ni dónde van a morir. Pobres parásitos. Pero convénzanse de una cosa: el chino Fujimori es el mejor presidente que tuvo el Perú, perdón que tiene el Perú, por eso todos deben agradecerle a él. Él es mi pataza, carajo. Mientras él esté de presidente tendrán plata para chupar. Pues gracias a él soy jefe. A nadie le he dicho lo que acabo de decir. Nadie sabe que soy fujimorista y que trabajo en el ministerio del interior. Todos los jefes son mis patazas. Me buscan para hacerle un favor, otro favor, todos los favores que quieran. Esos churres son unos arrastrados. Cuánto me lo deben. Y ustedes creen que están con un loco. Huevones de mierda. Locos serán ustedes. Para que sepan no soy arrastrado. Para que sepan no busco a ninguna puta. Para que sepan no me ensucio en ninguna chingana de mala muerte. Para que sepan sólo chupo whisky. Todas las cholitas me buscan locas de amor para que me los coma, carajo. ¿Ustedes creen que los conocimientos garantizan algún empleo? Purísima ingenuidad, conchesumadre. No se olviden, el mejor currículo de una mujer es su culo.
–Camilo, no queremos que nos digas que vales un culo ni una montaña de culos, por favor, un poco más de decencia.
–¿Decencia, huevón? Ni Cristo conoció decencia, carajo. Hasta él nació en medio de la podredumbre. ¿Acaso Herodes no estaba pudriéndose cuando él nació?
–No por eso nos vas a decir que vales un culo.
–El culo es la debilidad del hombre, carajo, no me vas a decir que no. Si no es así eres un pobre maricón a quien le gusta el pájaro.
–¿Por sus culos es como nombras o contratas a las profesoras, les procuras su ascenso?
–Claro que sí, maricón de mierda. No vas a decirme que no sientes tentación ante las mujeres. No me vas a decir que no te gusta el culo. Por el culo es que todo el mundo está perdido. A ver dime que no. Si quieren ascenso, mariconcitos de mierda, denme sus culos y tendrán sus ascensos.
–¡Basta, basta de necedades, Camilo, basta!
–¿Acaso les hice el amor con las palabras, putitas, para que me digan basta? No carajo. Ni en último cacho maricones.
Con el rostro maculado por la rabia, la angustia, el llanto, la impotencia y la indignación, se levantó la muchacha de su mostrador y suplicó a sus clientes que se retiraran para cerrar su cantina e invocó que pagaran los que aún le debían de las cervezas y de los calientes. Los de la otra mesa aún tenían varias cervezas por consumir. En la otra, dos borrachines ni habían iniciado de servirse su jarra de caliente por la violencia de Camilo. Mientras éste y sus amigos continuaban discutiendo elevando el tono exasperado de sus voces como a punto de agredirse físicamente. Los demás clientes suplicaron acabar su bebida para irse. Dijeron que no se incomodara porque no causaban ningún desorden y, si el caso exigiera, saldrían en su defensa. Ella comprendió que era imposible deshacerse de sus clientes. Sin regateos en ambas mesas le pagaron el precio. Entonces ella tomó la decisión de llamar a algún policía para deshacerse de Camilo y de sus amigos. Salió de la cantina.
Avanzaba la noche despojando la calle de población. Unos cuantos borrachines aparecían y desaparecían por la calle, como si la sombra los tragara en cuerpo entero. Unos cuantos carros de taxistas esperaban algún pasajero. En eso venían varios policías. Ella invocó auxilio. Y los policías les hicieron pagar la cuenta y se los llevaron a la comisaría.
Pero Camilo no tardó en volver a la cantina.
Ella estaba a punto de cerrar la puerta cuando entró él. Entró prepotente, echando fuego por la boca, por los ojos, arrasando todo cuanto encontró a su paso. Lo habían soltado antes de la comisaría en pago de ciertos favores que le había hecho a uno de los policías y porque, además, se había identificado como amigo del Doc. La levantó en vilo y la tiró al suelo y a punto de ultrajarla se dio cuenta que su miembro viril estaba fláccido. Se sintió derrotado por la vergüenza del oficio en el que decía ser el más experto.
Luego, disimulando su vergüenza, le dijo que denunciara aquello ante la autoridad que ella quisiera, diciendo que el jefe la había ultrajado. Salió tambaleando. Caminó una cuadra y al pie de un poste, junto al tacho, se quedó parado. Meneó su cabeza en signo de cansancio y sueño. Bostezó. Y se tumbó de espalda sobre la basura. Sintió náuseas y se vomitó en toda la cara y el cuello. Ya eran las tres de la mañana cuando una perra se acercó a lamerle el rostro. Entre sus sueños dijo: ¡Así, mamacita, tienes que ser cariñosa con tu jefe! Se fue la perra y vino otro perro. Husmeó todo su rostro y luego le orinó en la boca. ¡Salú, carajo; así tienes que ser atento con tu jefe, con tu jefazo! Y se despertó apestando a heces.
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